1968: El año que México no olvida

En “México 1968” existieron dos acontecimientos que marcaron la historia de nuestro país: el primero de ellos, las Olimpiadas; el segundo, el Movimiento Estudiantil. Han pasado cinco décadas desde ese lejano 2 de octubre que, hasta el día de hoy, no se olvida. El carácter universitario de este espacio me invita a dedicar estas letras a la lucha germinada y desarrollada por los estudiantes hermanados durante el verano y otoño de ese 1968.

En la portada de la Gaceta de la UNAM, con fecha del 1º de agosto de 1968, se lee “LA EDUCACIÓN REQUIERE DE LA LIBERTAD. LA LIBERTAD REQUIERE DE LA EDUCACIÓN” y es que dos días antes, durante la madrugada del 30 de julio, los militares destruyeron con un disparo de bazuca la puerta de la preparatoria 1, y además tomaron las preparatorias 2, 3 y 5 de la UNAM, una violación a la autonomía universitaria.

Cabe señalar que la situación ya se encontraba tensa para esa fecha. Es bien conocido que el 22 de julio de 1968 (una semana antes) estalló una pelea entre estudiantes que continuó el día siguiente y que, de cierta manera, fue el suceso desencadenante del Movimiento Estudiantil. A pesar de que la pelea había concluido para el 23 de julio (los alumnos ya se encontraban en sus planteles), un grupo de granaderos comenzó a provocar a los estudiantes hasta que éstos les aventaron piedras y, después de corretizas, una sección de policías invadió la Vocacional 5 del Instituto Politécnico Nacional y golpearon a varios alumnos.

El Comité Ejecutivo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM declaró huelga indefinida al siguiente día (el 24 de julio) como muestra de disconformidad con los sucesos acontecidos y dos días después, el 26 de julio, se llevaron a cabo dos manifestaciones –en la que también participaron alumnos de la UNAM– para protestar contra la represión policiaca a la Vocacional 5.

Una vez terminadas las manifestaciones, un contingente de aproximadamente 5000 alumnos partió hacia el Zócalo con pancartas de protesta y durante varias horas se desarrollaron enfrentamientos entre los estudiantes y la policía, provocando la detención de algunos jóvenes. Alumnos de la preparatoria 2 se resguardaron en su escuela debido a los ataques que también recibieron por parte de los granaderos.

El día siguiente, el 27 de julio, los planteles de las preparatorias 1, 2 y 3 de la UNAM fueron tomados por sus propios estudiantes, como protesta contra la represión y encarcelamiento de sus compañeros la noche anterior.

Durante dos días se celebraron asambleas de estudiantes universitarios (del IPN, la UNAM, la Escuela de Agricultura de Chapingo, y la Escuela Normal) para acordar las demandas que querían que fueran satisfechas, así como para evaluar la posibilidad de efectuar una huelga hasta que se cumplieran dichas demandas.

El 29 de julio se iniciaron choques violentos entre la policía y estudiantes que realizarían un mitin en el Zócalo pero que, al final, se vio disuelto. El enfrentamiento se prolongó hasta la noche y tal era la situación que, aproximadamente a la una de la madrugada del 30 de julio, intervino el ejército.

Durante el día, el Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, izó la Bandera Nacional a media asta como protesta ante la violación a la autonomía universitaria y anunció que se reanudarían las clases el siguiente día. El General Alfonso Corona del Rosal, acompañado del Secretario de Gobernación Luis Echeverría Álvarez, justificó la intervención del ejército argumentando que el orden había sido subvertido.

Es así como, nuevamente, nos encontramos en el 1º de agosto. Ese mismo día se llevó a cabo una marcha de duelo por los estudiantes caídos y la violación de la autonomía universitaria, encabezada por el titular de la UNAM, en la que declaró: “Se juegan en esta jornada no sólo los destinos de la Universidad y el Politécnico, sino las causas más importantes, más entrañables para el pueblo de México”.

Por su lado el Presidente de la República, en un discurso ante banqueros e industriales en Guadalajara, declaró: “Una mano está tendida; los mexicanos dirán si esa mano se queda tendida en el aire”, y se refirió al movimiento estudiantil como “algaradas sin importancia”.

Como lo indican los sucesos históricos, fue sólo cuestión de días para que se desatara una situación de violencia entre los estudiantes y el ejército. La tensión no disminuyó: durante todo el mes de agosto se realizaron mítines y marchas, algunas de ellas sin saldo de heridos o detenidos y otras en las que, nuevamente, el escenario fue un campo de batalla. Los estudiantes dejaron claro que su intención no tenía que ver con las Olimpiadas próximas a celebrarse y siempre mostraron apertura de hablar con las autoridades.

El 1º de septiembre el Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, en relación con el Movimiento Estudiantil, declaró dentro de su informe presidencial “No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario”; no obstante, eso no cesó la lucha estudiantil. El día 13 de ese mismo mes se llevó a cabo la marcha del silencio.

El día 18 de septiembre, el ejercitó entró a Ciudad Universitaria, volviendo a violar la autonomía universitaria, considerándolo pertinente, grupos de personas no identificadas y encapuchadas habían ingresado al campus a cometer actos ilícitos. Diversos personajes del ámbito político criticaron y tacharon de incompetente al Rector de la Universidad, argumentando que debería estar agradecido por lo que el gobierno había hecho por la UNAM.

Javier Barros Sierra presentó su renuncia el día 23 de septiembre. Como consecuencia, el Sindicato de Profesores de la UNAM declaró: “Si la Junta de Gobierno acepta la renuncia del Rector Barros Sierra, los siete mil profesores dimitirán en masa”. La Junta de Gobierno de la UNAM no aceptó la renuncia del titular de la Universidad y los estudiantes agradecieron el apoyo que había mostrado hacia ellos, a pesar de no ser un representante del Movimiento.

¿Qué sucedió después? El 3 de octubre el Senado de la República justificó “plenamente la intervención de la fuerza pública para proteger no solamente la vida y la tranquilidad de los ciudadanos, sino al mismo tiempo la integridad de las instituciones del país”. Ante la amenaza de que clausuraran la Universidad, el Politécnico y la Normal, se decidió el retorno a clases, después de 130 días de huelga, hacia noviembre y diciembre de ese año.

Dicen que conocer la historia nos conduce a entender nuestro presente y vislumbrar nuestro futuro. A pesar de que han pasado 50 años desde que esos jóvenes decidieron levantar la voz en aras de una democracia nacional, sigue siendo un tema tan actual, que me atrevería a decir que más de uno de nosotros ha experimentado sentido de lucha y el impulso de querer cambiar el país, incluso cuando eso represente un peligro.

Todos los años, el 2 de octubre, me tomo un tiempo para platicar con mi mamá, quien ha sido mi fuente más personal sobre el Movimiento de 1968. Teniendo apenas 10 años, alejada de cualquier contexto universitario y sin la noción exacta de lo que pasaba, mi mamá sabía que ser estudiante significaba estar bajo amenaza. Escuchaba cómo mi abuelita le pedía a su hijo mayor que no saliera a la calle o a la escuela porque oía rumores: “Se andan llevando a la gente joven –le decía– a cualquiera que ven con un morral, o que carga un libro bajo el brazo”.

Nancy Guadarrama Leal